Terminan con su pareja, pero comienzan el concurso de quienes más felices y del otro.

Luego regresan a estar juntos porque al parecer les hizo falta hacer sedal.

En realidad estas personas no se aman, únicamente se desean, pero desean poseerse,

dominarse, controlarse, manipularse. Pienzan que el amor, si no me das lo que quiero,

adiós, me voy, si eres felice en mi, voy a hacer lo que sea por romperte.

Este siglo de ruptura, de reconciliación, es un juego de poder y de manipulación macabre.

Obviamente, esto revela, de las personas, una comprensión muy errónea y muy superficial de lo que es el amor.

Porque cuando una relación se transforma en una competencia de felicidad, por estructura en lugar de sanar y crecer, las personas se enredan en una dinámica muy

tóxica de sufrimiento y de resentimiento, esa es la norma en ellos.

Degresar una relación únicamente para continuar con el ciclo de daño muto es una señal muy clara

de que hay algo que está fundamentalmente roto. En el fondo, considero que estas personas tienen miedo a estar solos.

Buscan en la relación una validación externa que llene sus vacíos internos

sin embargo, presta tensión.

Esta dependencia emocional queridos únicamente va a perpetuar el ciclo de control y de toxicidad.

Para romper ese patrón es esencial, primero cultivaron

amor propio que sea saludable y que te permite establecer límites claros, buscar

relaciones basadas en el respeto mutuo en la auténtesisidad y en los valores

escrucial. Crucial entender que el amor no es un juego de sumasero en donde uno

gana y el otro pierde. No funciona así, el amor es un espacio muy sagrado de colaboración y de cocreación,

en donde a más personas tienen que florecer individualmente y aprender a compartir el

fruto en conjunto.

Cuando se comprende esto, no por fin, estás listo para comenzar la aventura de construir

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