La engratitud ya se ha intencionado, no? Pues es una experiencia muy, muy desoladora,

porque es un recordatorio de que a veces nuestra bondad puede ser vista, pero no reconocida.

O sea, puede ser sentida, pero no agradecida. Y en esa omisión, queridos, hay mucho dolor

que surge esta sensación de invisibilidad. Es como si nuestras acciones fueran simplemente sombras.

Me explico, esta falta de reconocimiento afecta mucho nuestra percepción del mundo y también la

manera en la que tú y yo pues valoramos nuestra vida y la forma en la que valoramos a otros,

porque nos hace cuestionar el valor de nuestras contribuciones para con los demás, eso siempre nos lleva replantearnos el sentido de nuestras relaciones.

La ingratitud muy jodida porque puede erosionar la confianza, el deseo de continuar

dando en esta vida porque la ingratitud va creando una barrera entre nosotros y nuestro entorno.

Entonces, en la vida cotidiana, la ingratitud se puede manifestar en muchísimas formas. Puede ser el amigo que no valora

nuestra disposición constante para escucharle o el colegal que toma el crédito por nuestro

trabajo o el ser querido que da por sentado a nuestro sacrificio. Cada uno de estos

actos por pequeño que sea ese acto pues puede dejar una huella terrible

nuestra así que una huella que se va a ir acumulando hasta que eventualmente puede llevarnos a una

profunda desilusión la engratitud también tiene el poder de cambiar nuestra perspectiva sobre la

bondad misma eso nos hace más cautelosos mucho más reserv reservados. Nos hace temerosos, pero sobre todo nos hace creer que nuestras acciones desinteresadas

van a ser rinoradas y peor aún

que nuestras acciones bondadosas

van a ser explotadas por otros.

Lamentablemente la ingratitud nos lleva a medir

nuestros actos de generosidad

y sobre todo a protegernos emocionalmente inextrem. A veces, a costa de desconectarnos de todos los demás.

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