Esto rambulante soy Daniel Alarcon. Alanes Ruiz creció odiando su pelo.

Me sentía fea, me damos a vergüenza. Mucha vergüenza porque mi pelo no era lásil.

La melena afro la heredó de su padre y peinarla nunca fue fácil. Sus papás estaban separados desde 2002

cuando ella tenía tres años. Entonces, cuando se quedaba en casa su papá en ponce en el sur de Puerto Rico,

él lecía algo así como un peinado de control, un peinado fácil.

Siempre me hacía un buen nito, me apretaba muy bien, me ponía a GEL y me hacía un buen nito como

para abajo. Prefería ese pues no le dolié tanto como cuando caí en manos de su mamá que vivía en San Juan. Cuando estaba mi mamá, pues, me gustó muyñito y yo yo grababa tanto.

Y a mí no me gustaba, no me gustaba para nada.

Me apretaba el pelo una cosa que quedaba así como que, tipo, Facebook.

Tienía que estar estirado y, para eso, le ponía mucho jelly spray.

El pelo quedaba duro en móvil.

La consigna era tenerlo controlado. Nunca me decían, vamos a desharte el pelo suelto y tampoco yo he preguntado.

Así eran las cosas. Pero ella soñaba con otros peinados.

Soñaba con un cabello diferente, largo, lacio, como el de las princesas de Disney.

O para no ir muy lejos como el de la mayoría de sus compañeras de la escuela privada

a la que iba,

siempre se comparaba con ellas y las envidiava.

Lo que más miraba era que tenía el cabello rubio y tenía el cabello lacio.

Y ahí, yo hubo que irse a hacer como ella, quiero ser su amiga.

Pero la realidad era otra. Su cabello no crecía mucho máximo por debajo de la oreja. Era áspero, ancho y voluminoso.

Al daníslo sentía como una esponja marrón a prueba de agua.

Por eso se alegro tanto cuando un día del 2007 a sus ocho años,

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