Yo quisiera pedirte que me preste toda tu atención, yo sé que me la presta siempre,

porque este es un mensaje para sinselarnos, para ser brutalmente honestos, que no es lo

mismo, digo siempre que es ser honestamente brutos, eso es otra cosa. Yo necesito contar hoy

con vuestra honestidad intelectual y vuestra honestidad espiritual, y para eso quiero que hagamos

un trato que abras la mente en la medida de lo posible que diga señores en Sancha, el

sitio de mi mente, y yo prometo por mi parte abrir mi corazón y transmitirte lo que

creo Dios me ha dicho que diga, esto para los que están aquí, en el Iglesia local,

a los que venden el otro lado, y dicho esto quiero ir al grano al centro mismo del asunto.

Muchos psicólogos a través de los años, de las décadas han discutido acerca de la teoría

que nuestra vida adulta es determinada por nuestros genes, como que uno no tiene mucho

para discutir, no hay mucho que hacer, fluye, corre por nuestras venas, nuestro comportamiento,

nuestro carácter, dicen que tiene que ver con los genes, otros dicen que no, afirman

que nuestro comportamiento de adulto tiene que ver más con el medio ambiente en el cual

crecimos. Lo cierto es que los adultos fuimos moldeados por aquellos que vivimos cuando

niños y nuestras fortalezas y debilidades fueron influenciadas por aquel primer entorno,

era una mezcla de genes, una mezcla del contexto, o sea una de las dos cosas, cuando llegamos

a la vida adulta, tuvo que ver con nuestra niñez, de manera que todas las difunciones

de nuestra edad adulta también han sido modeladas o influenciadas por nuestra niñez. Yo

suelo siempre pensar que niñez habrá tenido Adolfo Hitler, por ejemplo, para transformarse

en ese monstruo que luego el mundo entero conoció, que le habrá pasado de niño. No intento

culpar a nadie, digo, ¿qué niñez habrá tenido? ¿Qué traumas habrá atravesado?

Tampoco lo quiero disculpar, solamente me pregunto. Y también para bien, ¿quién habrá afectado

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