Estamos listos, dicen conmigo, estoy listos, yo no. Muy bien. Estaba leyendo hace poco

de un caso psiquiátrico, muy particular, un doctor estaba tratando a tres pacientes

en una institución justamente psiquiátrica de Michigan. La historia real por cierto,

no es una negota inventada o un chiste, estos pacientes, estos tres sufrian delirios de

grandeza, megalomanía, es un desorden muy frecuente, se diría casi casi un argentinismo,

hasta que estos tres hombres padecian de un síndrome muy particular, cada uno de ellos

creía que era Jesucristo, y sufrian el famoso complejo mecíánico, cada uno se sentía

al mecías, y durante varios años este doctor en Michigan hizo que los tres individuos vivieran

juntos, comieran juntos, drumieran juntos, y todas las tardes tenían una sesión de terapia

de grupal, juntos obviamente, y durante una de las tirapias uno de los hombres, yo soy

el verdadero mecías, yo soy el verdadero enviado de Dios, y el otro replico mentira, yo soy

el verdadero enviado de Dios, y el tercero dijo, ya basta de pelear que yo recuerde nunca

he enviado a ninguno de los dos, es real que está peor todavía, ¿no? Y parece un chiste,

fundamentalmente aquel doctor no tuvo éxito con sus intentos de convencer a aquellos hombres

que ninguno de los tres era Dios, estaban atrapados en esa realidad invertida en la que pensaban

que eran el centro del universo, el tapón de los heanos, la última Coca-Cola del desierto,

aunque en realidad eran tres farsantes que aspiraban al trono real, ¿no? Y aunque parezca

un cuadro, solo un cuadro de psiquiatría, somos muy propensos, todos adorar falsos dioses,

o equivocarnos en la adoración, la hidolatría no es uno de los muchos pecados, sino el gran

pecado del cual se desprenden todos los demás, todo comienza siempre con la hidolatría, así

que estemos bregando contra el sexo, con la adicción al sexo, la adicción, a la mentira,

la adicción al crimen, inclusive, a cualquier pecado que nos parece orrendo la raíz, si

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