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Romper el silencio sobre la violencia sexual | Jimena Ledgard

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Society & Culture, Technology, Education

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🗓️ 14 June 2018

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Summary

La violencia de género nos afecta o nos puede afectar a todos. ¿Cómo podemos combatirla? En los últimos años, han surgido muchos movimientos contra la violencia sexual alrededor del mundo. Hoy vamos a escuchar a Jimena Ledgard, quien organizó uno de esos movimientos en Perú. En su charla en TEDxTukuy, Jimena describe lo que sienten las víctimas de ataques sexuales y comparte una idea para que, entre todos, luchemos contra este mal. Tengan en cuenta que esta charla toca temas que pueden ser sensibles. Para más ideas de TED en Español, te esperamos en http://TEDenEspanol.com/

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Transcript

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Queridos amigos de Teden Español, ahora que terminamos la primera temporada en nuestro podcast,

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queremos volver a compartir con ustedes algunos de los episodios que más nos gustaron.

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Les cuento que estamos preparando la segunda temporada que comenzará en febrero de 2019.

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Recuerden que si quieren suscribirse al boletín semanal de ideas en nuestro idioma,

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si quieren ver las charlas de Teden Español o si quieren seguirnos en las redes sociales,

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pueden asarlo en TedenNSPANOL.com La violencia de género nos afecta o nos puede afectar a todos. ¿Cómo podemos combatirla? Bienvenidos al podcast de TDN Español, soy Charles Rigaar Bulski. En los últimos años han surgido muchos movimientos contra la violencia sexual alrededor del mundo. Hoy vamos a escuchar a Jimena Letgard, quien organizó uno de esos movimientos en Perú. En su charla en TDX Tukui, Jimena describe lo que sienten las víctimas de ataques sexuales y comparte una idea para que entre todos luchemos contra este malo. tengan en cuenta que esta charla toca temas que pueden ser sensibles. Cuando tenía seis años, un hombre intentó abusar sexualmente de mí. Un obrero que estaba trabajando en una construcción en mi casa me pidió que

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lo ayudara a ligar una puerta y yo que se difeliz. Se paró de transmigo para enseñarme cómo hacerlo y después de un rato comenzó a pegarse contra mi cuerpo y afrotarse contra mi. Cuando le pregunte que estaba haciendo, desabrocho mi pantalón y comenzó a tocarme. Lo que acaban de escuchar era el comienzo de una de las primeras versiones de esta presentación.

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Había quedado completamente descartado hasta que lo volví a leer y hubo una parte que me dejó el nada. ¿Saben cuál? Les doy una pista. No ella parte en la que digo que un hombre adulto me tocó contra mi voluntad cuando yo era solo una niña, sino lo que digo justo antes de eso. Si no lo escucharon, lo dieron una vez más. Cuando tenía seis años, un hombre intentó abusar sexualmente de mí. Se han conté lo que he dicho. ¿Por qué dije intentó y no simplemente que abusó sexualmente de mí? Llevo años escribiendo sobre violencia sexual y de género, pero aquí estoy las supuestas criptora feminista reproduciendo las mismas formas limitadas de entender la agresión sexual contra las que siempre protesto. El tema es que estoy segura que no soy la única la que les sucede esto. Vamos a hacer un experimento. ¿Qué imaginan ustedes cuando escuchan las palabras a agresión sexual? Tómense un segundo y conjure una imagen en su cabeza. ¿La tiene? Estoy segura de que en este auditorio deben haber mil respuestas distintas, pero voy a animarme en sayar una que quizás compartan muchos de ustedes. Quizás imaginan una violación que va más o menos así. Una mujer que grita, pelea, forsejea y patea, rabiosamente contra un hombre que se impone violentamente sobre ella. Tal vez la golpea, tal vez sujeta sus manos con fuerza detrás de su cabeza para que ella deje resistirse o la menaza con un cuchillo para que parehe heritar. ¿Hacerte? Si esto es así, quizás sea porque esta es la imagen de las aresiones sexuales que solemos ver, por ejemplo, en las películas y que son terribles y definitivamente reales. ¿Pero qué harían si les dijera que muchas de las historias de violencia y aresión sexual no se parecen en nada a la que acabo de narrar. Si les dijera que ella dijo que no, pero no lo dijo con tanta firmesa. Y bueno, creo que todos sabemos lo que nos han dicho toda la vida, que es que las mujeres decimos que no, cuando en verdad queremos decir que sí. O si les dijera que ella dijo que no, pero mientras tanto, continuó quitándose la ropa. Pensaría en estos casos como forma de adresión y violencia sexual? El problema es que muchos de nosotros tenemos una idea no equivocada, pero sí profundamente limitada de lo que es la violencia sexual. Y esto sucede por un simple motivo, que es que no hablamos lo suficiente al respecto. Nuestra sociedad ha normalizado la violencia de género a la vez que ha convertido en tabula posibilidad de hablar sobre ella y cuando hablamos sobre ella lo hacemos de una manera que está totalmente mediatizada por el cine, la televisión o los noticieros y el resultado es que consumimos violencia sexual como si fuese una forma más entretenimiento en lugar de cercarnos a ella con empatía. Esto tiene tres consecuencias, cada una peor que la otra y que se alimentan mutuamente en un círculo vicioso. En primer lugar, obliga a las mujeres a vivir sus momentos más dolorosos en silencio, como si tuvieran que sentir sabergonzzadas de lo que ellas no hicieron ni pidieron. En segundo lugar, limita profundamente nuestro entendimiento de la violencia sexual. Y, en tercer lugar, impide que podamos hacer algo real y efectivo para vencer este epidemia, porque como vamos a cambiar algo, que ni siquiera sabemos cómo reconocer. En un contexto así, en el que las mujeres nos hemos visto forzadas a vivir nuestras historias de violencia en silencio durante siglos, romper ese silencio no solamente es transformador a nivel personal, sino que es fundamental y profundamente revolucionario a nivel social. Y es precisamente de eso de lo que quiero hablarles hoy. Sobre cómo un día, un grupo de mujeres decidió romper ese silencio y de lo que podríamos lograr si este evento excepcional se convirtiera en una norma. Quizá muchos de ustedes hayan escuchado hablar de ni una menes. La marcha que se llevó a cabo del 13 de agosto de este año. Si no participaron, probablemente vieron las imágenes en los periodicos o en los noticieros. Cientos de miles de personas, principalmente mujeres, tomamos las calles de la ciudad de la capital y de todas las regiones del país para hacer oír nuestra voz de protesta frente a una sociedad machista y un estado que, en el mejor de los casos, ha sido diferente con nosotros y en el peor complice de nuestros aresores. Según cifras oficiales,

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fue la marcha más grande en nuestra historia y si no estuvieron allí, pues van a tener que confiar en mi palabra. Fue inmensa, comovedora, compleja e inolvidable. Hoy sin embargo, les voy a hablar de otra cosa. De algo que quizás no vieron en los noticieros, pues su poder no podía ser capturado por una cámara. De un proceso mucho más silencioso, aunque no por eso menos poderoso, que sucedió en las semanas previas a la marcha. Cuando decidimos convocar una marcha nacional de mujeres, hicimos lo que mucha de mi generación hace cuando quiere sacar algo adelante. Entramos a Facebook. En ese momento no sabíamos qué cosa iba a suceder ni cuando nos movilizaría a vos, pero decidimos crear un grupo al que invitaron nuestras amigas para comenzar a organizarnos. Al comienzo, éramos 10 o 12. A las horas, 600. un día después, 2000. De pronto, y no pasaron muchos días para que eso sucediera, pasó, sucedió algo que nunca hubiésemos podido imaginar. Una mujer dejó un mensaje en el grupo que lo cambiaría todo. Decía más o menos algo así. Creo que es fundamental dar un paso al frente y salir del clóset. Comenzare yo, fui secuestrada, violada varias veces y torturada hace muchos años y hasta hoy sufro de tres postraumáticos por lo que sucedió. Mi agresor fue condenado por robo. La violación no agravo el caso ni fue tomada en cuenta. Cuando le íbamos eso en el grupo, fue como si las portas de una represa se abrieran después de siglos de haber estado cerradas. Esas palabras en la pantalla fueron un grito de rebeldía contra el silencio que se nos opuesto y contra el peso que nos vemos obligadas a cargar cuando callamos nuestras historias. Su declaración generó una reacción encadena imparable, una por una, primero por decenas y después por cientos. Las mujeres decidieron salir del closet y comenzar a contar sus propias historias de violencia. Para ese momento, yaramos un grupo de más de 60.000 personas. Si me pidieran que resumiera en una sola frase, lo que sucedió, diría que fue como un acto de alquimia que transformó el silencio en sororidad y el dolor en empatía. Por primera vez pudimos hablar y pudimos escucharnos. Historias que se habían guardado en secreto durante años o décadas de pronto dejaron de ser un momento doloroso que vivir y revivir una y otra vez emprivado y se convirtieron en testimonios no sólo de violencia sino de supervivencia y de residencia. Las estadísticas de la violencia sexual dejaron de ser estadísticas y se convirtieron en mujeres de carne y hueso, mujeres como yo, o como las que están sentadas hoy en este auditorio,

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mujeres con historias, mujeres imperfectas y profundamente humanas.

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Quienes tuvimos la suerte de vivir esa experiencia,

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pasamos semanas en una especie de foria transformadora y catártica,

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fue una experiencia única en la vida, una por una, comenzamos a sanar a través del poder de las palabras y los testimonios. Comenzamos a descubrir nuestras historias en las historias de los demás y ver en el dolor de quienes allí escribían nuestras propias historias. Comenzamos a entendernos como parte de una red de historias mucho más amplia y que son tan únicas como profundamente interconectadas. Por primera vez, supimos que no estábamos solas, que estaba bien hablar que otras mujeres podían y querían escucharnos. Cuando esa mujer decidió salir del closet y romper ese silencio no se hizo un regalo, nos que no es justo que sea más nosotros, las que cargamos en silencio con el peso de lo que alguien más nos ha hecho. Como si tuvieramos que sentir vergüenza o culpa por algo que nosotras nunca pedimos. Nunca pedimos. ¿Ustedes se imaginan lo que es guardar un secreto durante 20 años? Yo sí. Si alguien me hubiese dicho hace cinco años que un día sería capaz de pararme frente a un grupo desconocido, si contarles la historia de mi agresión sexual me hubiese reído de ellos. Durante demasiado tiempo me reusea a compartir lo que me había sucedido con alguien. Sentía veruvenza. Como si yo fuese responsable lo que me había pasado, como si yo y solo yo tuviera la responsabilidad de haber un metido aparentemente no de haberme metido y de que un hombre adulto tocase mi cuerpo de niña. Pero lo que descubrí es que cuando compartimos nuestras historias comenzamos un ciclo de sanación que se extiende más allá de nosotros. Hemos pasado demasiado tiempo solas, sin saber que nuestras mejores aliadas se encuentran justo el lado nuestro. La primera vez que yo compartí la historia de mi agresión sexual públicamente en un artículo, recibí decenas de mensajes de mujeres que nunca habían hablado con nadie sobre lo que les había pasado. Algunas eran mujeres que yo conocía de toda la vida, de mi colegio, de mi barrio y hasta de mi propia familia. Cada una tenía una historia distinta, pero todas decían lo mismo. Pensé que era la única. Por eso, cuando rompemos el silencio decimos también que no vamos a seguir aceptando, que se nos nieve la posibilidad de reconocernos unas en otras como víctimas, sí, pero sobre todo como sobrevivientes. Y si alguna de ustedes está escuchando esto y pensando en sus propias experiencias, solamente puedo decirles una cosa, que es que tengan la certeza absoluta de que no están solas y que sus aliadas están mucho más cerca de lo que ustedes imaginan. El segundo problema que este silencio genera es que limita profundamente nuestro entendimiento de lo que es la violencia sexual. Nos hemos acostumbrado a una narrativa única de la agresión sexual y es por eso eso que descartamos todo lo que no se adapte a eso.

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Y es entonces cuando comenzamos a preguntarnos, pero ¿por qué no dijo que no? ¿Por qué no pe dio? ¿Por qué no gritó? ¿Por qué no denunció? ¿Por qué no se resistió? Lo que la diversidad de los testimonios en la página demostraron sin embargo es que en casi la agresión sexual en un solo tipo de experiencia o en un solo tipo de molde es imposible.

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Desde los más escabrosos, hasta los más aparentemente cotidianos, los testimonios en el grupo demostraron que limitar nuestro entendimiento de la agresión sexual a lo que la mayoría de nosotros imaginamos como una violación no solamente es absurdo, sino que impide que podamos reconocer la verdadera extensión

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del problema.

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Todos aquí estamos de acuerdo en que una mujer que fue violada y arrastra por el suelo,

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por su pareja es una víctima de violencia.

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Nadie, en sus anujicios, podría no estar de acuerdo con eso.

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Pero ¿qué pasa con las demás historias?

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¿Qué pasa con las agresiones que son violentas de una forma que no es tan gráfica ni visible? ¿Qué pasa con las formas de violencia que la ley no tiene como tipificar ni penalizar? Por ejemplo, ¿Qué pasa con esta historia? Era mi amigo. Nunca lo había visto como más que eso, pero estaba un poco borracha y la fiesta estaba divertida, así que terminamos besándonos. Cuando le dije que ya me quería ir, me dijo que pidiera a un taxi juntos, que me llevaba a mi casa. No subimos al carro, pero en el camino me pidió que fuesemos a su departamento a tomar un último trabajo. Le dije que no tenía ganas, pero insistió y no quise quedar como una creída.

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En su casa comenzó a besarme.

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