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Relatos de la Noche

Relatos Aterradores de Nuestros Abuelos Vol. 5

Relatos de la Noche

Sonoro

Drama, Fiction

51.7K Ratings

🗓️ 22 August 2025

⏱️ 37 minutes

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Summary

Nuestros abuelos guardan recuerdos de un mundo más antiguo, lleno de misterio y supersticiones.

Esta noche conoceremos cuatro de esas historias: brujas que habitan en lo alto del cerro, una figura alada observando desde Bellas Artes, un velador que vio más de lo que debía en un panteón, y la voz de una madre que nunca dejó de llamar a su hija desde lo profundo de un pozo.

Relatos contados de generación en generación, advertencias que sobreviven al paso de los años… y que esta noche regresan para recordarnos que el miedo nunca muere.

¿Te atreves a escuchar?

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Transcript

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Alcancer y distinguir algo, algo que salía del pozo. Una figura en pie, me descondida por la sombra. Un cuerpo podrido lleno de tierra, vestido con arapos mojados. Y en lugar de un rostro, una… casi una calavera nada más. el rostro de un cadáver mojado que giro apenas para mirar directamente hacia la ventana. Muy muy muy buenas noches mi querida comunidad, RDLN es un gusto poder recibirles de nueva cuenta por aquí que nos dejen llevarles a ustedes

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la siguiente selección de historias que nos van a acercar mucho a nuestros abuelos y abuelas. Historias que ellos nos han contado, historias que los tienen como protagonistas, relatos con los que vamos a poder sentirnos identificados porque todos hemos escuchado algo así, experiencia así inexplicable, un encuentro terrador. La prueba de la existencia de lo paranormal. Este episodio va dedicado a todos los abuelitos y abuelitas que escuchan relatos de la noche, y además te voy a pedir a ti que estás escuchando que si tienes el privilegio de tener tu sabuelos con, de hacer que es a ellos, que les pidas que te cuenten una historia. Por aquí estás escuchando un podcast y es muy, muy probable que ellos tengan una gran historia por contarte, no desaproveches esa oportunidad de escucharles, no es para siempre. Pero como siempre te digo, ahora es momento de apagar la luz y dejarte llevar ya estás entrando en los siguientes relatos de la noche y a vuel emas ciudad de México cuando todavía se ha llamado distrito. Pero los días se han nacido se lo llevaron con toda su familia al estado de Oaxalientes. Conoció la capital del país hasta una vez que ya de grande tocó venir a trabajar para una empresa que tiene oficinas en Eje Central, no muy lejos del centro histórico. Había llegado bastante temprano, terminó lo que tenía que hacer y como todavía le quedaban unas horas libres esa tarde, decidió caminar un poco por el centro, siempre contaba que la ciudad lo impresionaba, el ruido, la cantidad de gente, los edificios viejos junto a los nuevos, todo en esta ciudad lo hacían sentirse pequeño y al mismo tiempo como se estuviera visitando un lugar que de alguna manera también

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le pertenecía. Como les dije el nació aquí, pero sus papás lo llevaron siendo apenas un bebé aguas calientes y hasta ese momento volvió. Decía que al caminar por esas calles sentía una nostalgia rara, la nostalgia de una vida que no vivió. Ese dientro a comer un restaurante sencillante sencillo, pide un plato fuerte y una cerveza, luego otra, y después otra más. Nunca le gustó la alcohol, pero esas tres lo pusieron bastante contento. De buenas. Bueno, contento y un poquito valiente, porque aunque le tenía pavor a las alturas, se le metió en la cabeza la idea de subir a la torla dinomérica, al mirador. Esa torre imponente que se ve desde gran parte de la ciudad y en aquel entonces te debe haber sido todavía más impresionante porque no estaba lleno de rascacielos como ahora. Decía que las piernas se temlaban cuando se suy a la elevador y todavía más cuando salió al mirador. Pero cuando se asumó, cuando vio desde arriba, esa ciudad inmensa iluminándose poco a poco mientras suscurecía, sintió que valía la pena el miedo. Miraba todo con mucha atención, como si quisiera grabarlo en la memoria para siempre, los coches moviéndose como hormigas, el luz, la la meda con sus árboles oscuros, el impresionante

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palacio de bellazartes, con esa cupuladora que brillaba aunque ya caía la noche. Ten unes binoculares pequeños que siempre cargaba cuando viajaba, unos miralejos. Se los colgó del cuello y empezó a mirar con más detalle. Veía la gente entrar y salir del metro, ve a los fendedores levantando sus puestos, veía como la vida seguía aunque

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llera de noche. de talle, veía la gente entrar y salir del metro, veía los fendedores levantando sus puestos,

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veía como la vida seguía aunque llera de noche, y en medio de esa nostalgia, dio algo que no pudo explicarse. En cima del palacio de Bellazarte, Zarco se movía. Primero pensó que era una sombra, una ilusión, pero al enfocar con los binoculares lo vió más claramente una figura negra, alta, muy alta, como si midiera cerca de dos metros y medio, para de ajustar la parte más alta desde techo. Decía que le recordó a una cárgola, como las que había visto en fotografías de edificios en Francia. Pero con las salas extendidas, al principio creyó que se trataba de una luna torada, o algo así, algún objeto raro, pero luego la figura se amovió. Flexionó las piernas como si se acomodara, y entonces extendió las salas más, eran enormes, me abuelo se quedó helado pero no puso dejar de mirar y esa cosa solo miraba hacia abajo, hacia los coches, hacia la gente como si los observara. De pronto como si hubiera sentido su mirada, esa cosa levantó la cabeza y lo miró directamente a él a mi abuelo. Mi abuelito siempre decía que no supó que fue lo que sintió en ese momento. No fue miedo exactamente, pero sí un vacío no les tomaba, un presentimiento. La criatura lo miró por unos segundos que le parecieron eternos y luego, de un salto, extendió las salas y se lanzó hacia la lameda, pasó russando las copas de los árboles hasta que se perdió en la escuridad, en la distancia. Me abuelo se quitar los fenócolares de golpe bajo del mirador con el corazón acelerado. No le dijo a nadie, nadie más parecía haber notado eso, que a mi no se regresó lo tel. Trató de convencerse de que había sido su imaginación, de que tal vez había sido solamente un nave enorme que el miedo y los curidad le hicieron confundir. A la mañana siguiente se levantó muy temprano, pidió un taxi a la central, tomó su tobú si emprendió su regreso a Wascaliantes. Era la mañana del 19 de septiembre de 1985. Ese mismo día apenas una hora después, a las 7 y 19 de la mañana, un terremoto de de la ciudad de México y a vuelo notó cierto movimiento a gente muy asustada en la central de Idaalgo, en un descanso más tarde lo vi en las noticias, si se quedó en silencio como si no pudiera creerlo esa enorme tragedia casi le él. Siempre pensó que una cosa no tenía relación con la otra, por un lado lo que había visto en el mirador era una de tantas cosas extrañas que podían evitar la ciudad. Por otro, lo del temblor, era un fenómeno natural, algo que nadie podía prever. Pero baños después, una noche que estaba viendo la televisión pasaron una película, el mensajero de los curidad, Moteman Proficis. La traducción exacta del título original sería las profecías del hombre polilla. Al principio le llamó la atención pero pensó que era una historia inventada. Al terminar supongo que estaba basada en hechos reales. El un pueblo de Estados Unidos donde la gente aseguraba haber visto a un ser parecido, una criatura alada que aparecía antes de ser grandes tragedias. Desde entonces me abuelo empezó a pensar que lo que vio aquella noche no fue una cárgula, ni una bextraña, sino el hombre polilla, Motman. El año pasado cuando yo me vinaba y vía en la ciudad de México, lo único que me abuelito me dijo al despecírme fue, si algún día llegas a verlo, en ese momento agarras tus cosas y te reresas para guas calientes. Lo dijo muy en serio. Y aunque dice ya a verlo superado, yo sé que todavía le da miedo a ser recuerdo. Mi abuelo, una sola vez me contó la forma en que su papá desapareció. Un historia que alguna vez me había contado ya a muy grandes rasgos mi mamá, pero me dijo que a ella no le tocaba contarme. Fue una tarde tranquila después de comer. Estamos en el patio. Me lo sé quedo viendo las gallinas picoteando la tierra húmeda y entonces me habló bajito, como si todavía pudieras escucharlo alguien más. Me dijo, te lo voy a contar una vez, pero no me puedes volver a preguntar después. Me dijo que el y su familia vivían en un pueblito de mi chocán, en una casita en el cerro. Ahí cuidaban a sus animalitos y sembraban un necesario. Maíz, frijol, calabaza. La vida era sencilla y alcanzaba, y eso bastaba para que ciertos vecinos les naciera una cosa fea por dentro. Mi abuelo decía que la envidia de una persona en mala no ha cerrado y del principio, pero trabajas sin descanso. Trabaja y trabaja, pocas cosas tan peligrosas en la vida, como la envidia que se va pudriendo, como la gente que la tiene, como la gente mala. Más arriba de donde ellos vivían, casi donde empezaba el monte y llamas tu pido, vivían tres mujeres, unas señores y sus dos hijas, no se ha falta que nadie les dijera malas, la gente ya sabía que lo eran, de noche salé uno de su casa cuando en todas las demás ya no había lumbre, a veces se le manecer, en el camino que pasaba por su casa parecía en cosas raras, piedritas acomodadas en formas raras, y litos rojos son redados en una rama, un pajar muerto con espatas amarradas. Mi abolo y su hermano que eran unos chiquillos entonces les tenían mucho miedo. Una de las hijas siempre lo saludaba con una sonrisa rara y les decía, ¿hecha macos? Me saludan a su papá. Ell nunca llevaban el recado, sabían aunque estuvieran chicos, que no eran buenos deseos, que no lo decía con buenas intenciones, el papá de mi abuelo según me contó era muy serio y no tenía ojos más que para su mujer, si se cruzaban con esas mujeres en el camino, él volteaba a ver el suelo o el cielo, pero no a ellas. Una vez la mujer mayor le habló de lejos, y él simplemente siguió de frente, como si no lo hubiera escuchado. Un día la mamá de mi abuelo tuvo que bajar el pueblo para cuidar a una tía enferma, una tía ya muy viejita que cada cierto tiempo cayen cama, y todos pensaban que ya se iba a morir, pero no, duraba más y duraba más, pero eso era otra de esas veces, en que de repente no se pudo levantar. Estando ahí mismo en la casa de la tía, su mamá les hizo de comer, y antes de que os cureciera,

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le dijo los niños que subieron un plato a esta su casa, que solo llevaron a su papá. Y los dos subieron contentos, porque siempre les gustaba ser útiles. Ahí va mi abuelo con su hermanito, bien chaparrito para su edad, pero siempre pegado a él. con divan llegando a su casa, vieron a todos te las mujeres saliendo de ahí de prisa, de su casa, como si se hubieran espantado al verlos. Los dos hermanos se miraron entre ellos y apretaron el paso, dentro de su casa encontraron a su papá, sentado en el banco, viendose a ningún lado, tenía la boca abierta y los ojos no le parpadeaban. La otra mujer, una de las hijas, la que siempre lo saludaba, estaba parada junto a él, dándole el aboca un caldo que olía carne con yerbas. Esperense, les dijo, ya casi terminó. Mi abuelo contó que la risa que le salió a aqu ella mujer, fue la que hizo que el coraje pudiera más que el miedo que le tenían. Se lanzaron sobre ella y las sacaron a jalones. La mujer se rey abajito como si nada, y a mi abuelo se le quedó grabado el olor. Humo, he pasote, algo muy dulce. hermanito se quedó junto al papá, hablándole, intentando hacerlo reaccionar, y mi abuelo ocurrió que estaba abajo de buscar a su madre. En la casa de la tía, entre el aliento de remedio y el rumor de las vecinas, alcanzó a contarles cuando recuperó el aliento. La tía tomó del brazo su mamá y le pidió que no se metía con esas mujeres, que nada bueno iba a salir de eso. aun así subieron las dos. Sí, incluso la tía enferma con él detrás, a las demás vecinas les he oído ir. Encontraron a mi papá con fiebre muy alta, ardía, no comía, no respondía. En el pueblo no había doctor, así que el tercer día que seguía igual, que no mejoraba, la mamá decidió ir a buscar uno, en el camión de la mañana. Mi abuelito insisto en acompañarlas hasta la pararada y luego regreso corriendo a la casa.

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Cuando llegó, Sormanito estaba llorando. Le dijo que su papá se había levantado y se había ido. Sin hablar, sin decirle nada como si no lo chera, con los ojos en blanco, que el intento de tenerlo pero no pudo, que se le colgó de una pierna pero no fue suficiente. ¿Para dónde se, preguntó mi abuelo, y su hermanito sin alo hacia arriba, hacia la casa de las tres mujeres. Mi abuelo corrió del mudo en que se corre cuando ya ni se siente el cuerpo, y lo vi a los lejos todavía, a su papá, subiendo la vereda como si los tuvieran llamando, derechos y miraran los lados. Alcanso averlo de los lejos, llegar esa casa y alguien la abrió la puerta y luego se rosa tras él, pero no veo quién, fue como si la puerta se hubiera abierto sola. Mi abuelo llegó a todos respiraciones tarde, tocó la puerta con el puño, luego con estos manos, luego la pateó, gritó, y nada. El hermanito se había bajado el pueblo a visar. Ahí enfrente de la casa todo vista mi abuelo cuando llegaron la tía, enferma y todo, y dos policías con machete y pistola. Empujaron la puerta y revisaron la casa. Al cuarto, la cocina, el tapanco, abrieron un vaguel, golpearon el piso con el filo del machete, mentieron la mano detrás del fogón y no había nadie. Mi avuelo se fijó en el fogón, había brazas tibias, un plato volteado con resto de caldo. La cama tenía la sábana rugada, como si alguien se acabara de sentar ahí. Hora después, ya en la tarde, cuando por fin le mamá volvió con el doctor, mi abuelo salió a encontrarla al camino. No supo que palabras o suo para decir de lo había pasado, y subieron los cuatro a esa casa en el cerro. La mamá no los esperó, corrió a este apuerta, le empujó y se quedó quieta y adentro, el doctor se se mudó detrás, la tía se llevó la mano a la boca, y a vuelo volví a entrar. La casa estaba vacía pero no vacía como antes, como cuando alguien salía, no vacía como en la mañana, estaba vacía de otro modo. Hacé dentro a via tierra, lo doceco en las esquinas, de larañas en los marcos, los mismos marcos, mismas paredes, pero como si llevaran mucho tiempo abandonadas, no había fogón, no había cama, hasta el piso crujía distinto. El viento movió o no oja por el suelo, y me avuelo decía que lo peor no fue no encontrar a su papá, Si nos darse cuenta de que tampoco había un lugar donde buscarlo, como si de un momento

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a otro hubieran borrado no solo esas mujeres, sino su rastro. Buscarontías, enteros, entre barrancas y veredas, los policías pasaron de prometer a encontrarlo, a solo a cogerse de hombros cuando la mamá de mi abuelo iba a preguntar. Algunos vecinos juraron haber visto sombras en el monte, otros preferieron hablar. La mamá de mi abuelo se puso entonces su rebozonegro, uno que no se volvió a quitar, y no volvió a subir a esa casa en elro. Cuando mi abuelito terminó de contarme, se quedó callado. Me dijo que jamás volvieron a ver a su papá, ni a las tres mujeres, que a la casa de arriba si uno preguntaba, le decían que sí, que hice guía, pero nadie sabe bien señalar exactamente dónde está. La fueron olvidando con el paso de los años. Si lo llevaron con un caldo mi apá, dijo el final, como quien repite algo que no entiende. Y luego nada más me pidió que decir viera otra taza de café, sin darme tiempo de preguntar nada. Yo tampoco quería preguntar nada más.

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Él nunca volvió a tocar el tema. Y yo sé que éste es una historia de terror y que al

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mismo tiempo es muy triste, pero esa tarde cuando me la contó, es de las más presentes

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en mi memoria de mi abuelo, que en paz descanse. Mi abuelo cuando era joven trabajó por un tiempo como velador en el pantheon de su pueblo, era un trabajo que le gustara presumir y de hecho solo me mencionaba de vez en cuando, como si fuera algo que prefería dejar enterrado, igual que los difuntos de ahí. El pancón estaba a las afueras, donde terminaba la última calle de casas y empezaban los matorales y el silencio. Era un lugar sencillo, algunas tumbas de tierra con cruzos de madera, otras con lápidas de cantera y cruzos de hierro, flor se plástico que ya casi no tenían color. Durante el día entraba y salía a la gente, pero de noche, cuando cerraban las puertas, el silencio se sentía diferente, a tordía, como son los silencios de pantheón. Decía que lo contrataban sobre todo para las temporadas en que la gente iba más, porque nunca fue un empleo formal, iba más para el día de muertos y esa temporada, o como cuando aviérdios recientes, y satemía que alguien quisiera robarse las ofrendas, o incluso abrir una tumba para sacar lo que hubieran enterrado con todo el difunto. Ejan tiempos vienduros, y había gente sin miedo de hacer cosas así. Me abuelo tenía un catre de fierra una pequeña casita del velador, justo junto a la entrada. Le daban una lamparita de petróleo, un machete y un silbato. Eso era todo. Y nunca pasó nada fuera de lo común hasta una noche de lluvia. Decía que estaba recostado, oyendo como el agua golpeaba el techo, cuándo escuchó pasos, pasos bien claritos, y al principio pensó que era una ilusión, pero ahí estaban, pasos sobre la grava mojada, Lentos, arrastrados. Pero entonces los escucho otra vez.

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Más cerca. Se levantó, agarró la lámpara y salió. En medios de la lluvia vió la silueta de un hombre, y ven corvado, cargando un costal en la espalda. El costal se movió un poco, como se adentro llevar a algo que

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no estaba quieto. Mi avólo pensó que sería un ladrón, al que hayan entrado robar flores o alguna ofrenda. Le gritó pero el hombre siguió caminando, derecho como si no lo escuchara. Entonces lo siguió entre las cruces y las lápidas. El hombre llegó hasta una tumba abierta recién cabada y entonces me abuelo vio con claridad que lo que

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llevaba en el costal no era basura, no eran flores. Dejera un cuerpo, un cuerpo de tamaño humano, flacido, que se adoblaba con cada movimiento. El hombre lo bajó del hombre y sin ningún esfuerzo lo metió en la fosa, después empezó a

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cubrirlo con tierra, como si hubiera estado esperando ese momento. Mi avolo sintió en escalo frío, y iba a dar un paso al frente pero en ese instante el hombro levantó la cabeza y aunque la lámpara apenas alumbrava, juraba que lo que tenía En frente no era un rostro común. Era pálido, sin expresión. Comuna más cara de lo que alguna vez fue humano. Salió corriendo. No supo si dejó la lámpara tirados y todavía la llevaba en la mano. Simplemente salió corriendo. Se fue hasta el pueblo encontrar un policía. lo esperó y regresaron juntos. Dispuesta volver a revisar ya con el arma del policía y un el interno más fuerte. Entraron al pantheon y fueron directo a la tumba. La tierra está intacta, pareja, cubierta de lluvia, nada más. No había señales de que alguien lo había tocado, de que acabara de pasar lo que me abuelo claramente vio, revisaron alrededor, buscaron huellas pero no había nada, solo el agua cayendo y el lodo que ya se formaba en los pasillos. El policía algo nojado le dijo que seguro se había quedado dormido, que lo había soñado, pero mi abuelo nunca creyó que fuera un sueño, decía que todavía recordaba el sonido del cuerpo cayendo dentro de la fosa. A esa noche ya no volvió a costarse en el cátre, se quedó asentado, machete en mano, hasta que amaneció. después dejo ese trabajo. Nunca les yojo exactamente porque le daba fregüenza a aceptarlo, pero sí fue por lo que ocurrió esa noche. Por esa visión de nombre cargando un cuerpo entre la lluvia. Cuando lo contaba se quedaba callado al final, siempre, como si esperara que uno le preguntara algo, para nadie lo hacía, porque si lo que

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vio no fue un ladrón, ni un vivo, entonces lo único que quedaba era pensar que había

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visto a alguien que no pertenecía ya a este mundo, la repetición eterna, fantasmal,

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de un suceso terrible. Gracias por seguir por aquí comunidad, por haber llegado hasta este punto. Recuerden que los espectadores casuales no llegan hasta aquí. Son los que ya son de la comunidad o los que no se escuchan por primera vez y aquí,, se te an cuenta de que pertenecen, de que han encontrado su trivo. Quiero aprovechar este tema en los abuelos para volverles a invitar a acercarse a los uyos, a preguntarles por sus historias para normales o no, pero bueno, si ya tienen la suerte de que además de que sean buenas historias sean de fantasmas, de brujas, de duendes, compartan las con nosotros. Denos la oportunidad de dejarlas aquí para la posteridad de que vivan para siempre. Recuerden que relatos en la noche es más grande que yo, es más grande que nosotros, que en algún momento ya no vamos a estar, pero otras generaciones en algún momento se van a encontrar con nuestras historias, con tus historias y a través de ellas continuaremos existiendo. Queremos conocer a sus abuelos y esos lugares que habitaron, que visitaron, la gente que conocieron a través de sus relatos. Notos tenemos esa oportunidad porque por ejemplo hoy empezamos este episodio con una historia en un pueblito de mi chocan y yo soy de un pueblito de mi chocan. En esencia mi papá nació en un lugar llamado Huiramba del que me llego a contar algunas historias pero a mi abuelo solo lo vi una vez en mi vida, por ahí cerca en Patscuaro, y siempre

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sentí que me faltaron muchas historias por saber, así que de nuevo si tienen la oportunidad,

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tomenla, y a todos los reyes de Guiramba Michoacán, pues un saludo porque seguramente somos

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familia.

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