Muy buenas noches comunidades, gracias por acompañarnos de nueva cuenta a sufrir un

poco con historias de terror. Yo no sé qué tipo de persona le agrae de escuchar cosas

que le dan miedo, relatos que no le dejan dormir. Gente rara, como nosotros, supongo, así

que gracias por no ser normal, y por ser parte de la comunidad relatos de la noche.

Esperamos que disfruten lo que tenemos preparado para ustedes esta noche y recuerda, no entres

al bosque si escuchas un llanto, a menos que quiera ser el siguiente protagonista de

una historia.

¿Qué tal, comunidad? Espero que estén bien. Como dice Uriel, del mejor humor para estas

historias. Yo sé que lo que sucede en bosques, en cabañas, soy leer resultarnos más

aterrador, sobre todo si no es el lugar en el que nosotros solemos habitar, y quizás

también se deba algo de miedo programado en nosotros como especie. ¿No lo creen? Así

como ya sabemos que debemos temer a las herpientes, aunque nunca nos haya hecho algo alguna, así

hay algo en nosotros, en nuestro instinto más profundo, que nos dice que no debemos confiar

en los bosques, que no es nuestro hogar, que algo más habita ahí, más viejo que nosotros,

más viejo que los humanos quizás. Yo nací y crecí en la ciudad de México, pero mi

papá y su hermano, Mite Andrés, nacieron en un pueblo que no estaban más de dos horas

de aquí. Allá siguen sus papás, mis abuelos, que dejaron su casita en el centro del pueblo

para irse permanentemente a una cabaña, que pertenece a la familia por generaciones.

No viven de las rentas de su casita, y llevan una vida muy tranquila allá arriba, a un

paso del bosque, en el monte. A mis primos hijos semitió, y a mí nos gustaban mucho

de visitar a los abuelos, a mis papás no tanto, tampoco a mi tío. Lo veían casi como

una obligación, pero a nosotros nos encantaba. Además, sólo ahí podía haber a mis primos,

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