Muy bien, estamos listos. Hace unos años atrás, vi una inolvidable película argentina

de un premio director Juan José Campanela, titulada el mismo amor, la misma lluvia, con dos actores

o una actoria, una actriz argentina de Ricardo Adéini, Soledad Villamil.

Y, entre otras cosas, se trata de una pareja que se vuelve a ver después de dos décadas,

y la frase aparece casi como el final, caprichosamente al final de la película, luego del reencuentro,

después insisto, después de dos décadas, la frase aparece de la boca de ella, de la actriz

que está totalmente empapada y dice, en fin, creo que la lluvia ya no cae como antes.

Y, en realidad, la misma lluvia siempre, lo que había cambiado era su percepción,

esa misma lluvia que hace años a ella le despertaba su costado más romántico.

Hoy, dos décadas más tarde tenía sentimientos diferentes, porque la vida la había cambiado,

eso no sucede, la vida nos va cambiando, va cambiando nuestra percepción y va cambiando

nuestra manera de sentir también. Y yo pensaba que la desilusión es justamente eso,

cuando la vida decide cambiarnos de manera imprevista, casi arbitrarias el guión

de lo que teníamos planificado y entonces sentimos desilusión, porque no era lo que habíamos sonido para nosotros.

A veces los infortunos de la vida nos cambian tanto que hay días, como dijo un famoso autor

que quisieramos, por muy adulto que seamos meternos de nuevo en la foto blanco y negro,

en aquella foto sepia cuando éramos niños, unidos, cuando vivíamos todos los hermanos juntos,

cuando a nadie se le ocurrían las distancias, cuando pensábamos que siempre íbamos a ser chiquitos,

siempre iba a haber regalos en el árbol, en la vida, que nunca nadie se iba a morir,

cuando soñábamos y pensábamos que una casa bastaba para todos,

cuando hacíamos un dibujo lleno de amor para el día de la madre y juramos que íbamos a ser miles,

y después hicimos uno, dos o tres, y ya no hicimos más porque crecimos justamente.

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