Este aplauso tiene que escucharse a esta Argentina, Perú, Ecuador, Colombia. Algo va a ocurrir ahora.

Ven, dito hacia el señor. Muy bien.

A todos los que nos están viendo no sólo aquí sino en otras partes del mundo.

Le damos la calorosa bienvenida, le decimos bienvenido a casa, bienvenido a River,

al aviamiento de la calle Broadway, donde viene la gente rota a este hospital del alma,

de donde sea que te estés conectando gracias por estar ahí.

Y yo quiero que me prestes mucha atención hoy porque hoy es un día para sincerarnos,

es un día para ser brutalmente honestos, que no es lo mismo que ser honestamente bruto, ¿no?

Brutalmente honestos, porque si no me dicen que nos dijo bruto, brutalmente honestos,

me carnavamente sinceros. Y yo necesito hacer un trato hoy.

Primero contar con tu honestidad intelectual, tu honestidad anímica, espiritual,

y que abras tu corazón, no te voy a pedir que me digas nada,

pero que hoy hace este mensaje con el corazón abierto.

Por eso hablo de honestidad intelectual, de abrir la mente para decir si yo estoy dispuesto

a que Dios me hables sea lo que sea que me tenga que hablar.

Y yo prometo por mi parte, esta es la otra parte del trato,

porque un trato siempre es bilateral, prometo abrir mi corazón,

contarte una de las tantas batallas que me ha tocado librar por muchas décadas

y creo que en la primera vez que lo voy a contar,

pero lo cuento de modo que te aliente, que sientas que no estás solo aquí

en el mundo donde estás mirando, no estás solo en esto que estás viviendo.

Ticho esto, paso a transmitirte lo que creo que Dios me dijo que te dijera.

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