Yo siempre suelo contar que quienes nunca habíamos viajado o salido de nuestro entorno,

suponíamos que todos los extranjeros hablaban con acento menos nosotros, era la idea que

yo tenía en Argentina, de niños yo solía preguntarme por qué los mexicanos no hablan de manera

normal como los argentinos, y yo sé que los mexicanos decían lo mismo cuando niño,

por qué los argentinos hablan cantando, pero yo me preguntaba, le decía mi mamá, ¿por qué

dicen? Porque me llegaban las novelas mexicanas, las novelas venizolanas, yo decía por qué

dicen lluvia, en vez de subia, como corresponde, o por qué los españoles siempre hablan con

la seta, ¿qué es una mala interpretación? Ellos, como digo siempre, no hablan con la

seta, ellos diferencian la s de la c, entonces cuando es la c, hacen una pausa para que

sepa que se, nosotros me clamo en s, se eta, hacemos un desastre con el lenguaje, los españoles

respetan la lengua del serval, pero hasta que un día comienzo a salir al mundo y noto que todos

tenemos un asento propio, o solo que nosotros no lo notamos, nuestras creencias también

tienen un asento, el asento de nuestras creencias es un prejuicio procesador, un lente,

un lente que modela nuestra perspectiva de la Biblia y de Dios, entonces ese lente, ese

prejuicio que traemos es ese sistema de creencias, hace que veamos las cosas como creemos que

deberían ser, no siempre, pero muchas ocasiones, entonces todos tenemos nuestros propios, prejuicios,

familiares, propios, historias personales, hábitos de pensamiento y eso sin darnos cuenta

filtran nuestra fe, filtran nuestras maneras de ver a Dios, no es un secreto que yo siempre

suelo contar que traté de ver a Dios como un padre amoroso pero me costó mucho durante mi

adolescencia y mi juventud por el padre europeo que tuve o frío o parcial para tratar

a sus hijos, que no es un juicio de valores, pero no tiende a ver a Dios como vio a su papá,

a mí me costaba ver un Dios cariños, pues eso es un prejuicio familiar, un lente por

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