Una inédita mezcla de excitación, ansiedad y miedo embargan a la monja benedictina.

Sabé que su vida ya no esté en el convento, sino al lado de ese hombre al que conoció

por casualidad y que despertó en ella una pasión que no sabía que su cuerpo podía experimentar.

Pero los mandatos religiosos no son solo para ella.

Él también es un monje. En pleno siglo XIV es capaz de juntos para vivir en pecado,

es impensable, pero si sólo así pueden ser felices, no es acaso lo que Dios quiere para

sus hijos. Dos días atrás, en el último de sus furtivos y pasionales encuentros, el monje le dijo

que se preparara.

Hoy es el día en el que pasará a buscarla para huir juntos, pase lo que pase.

La monja no soporta más la espera y se ilusiona cuando vea su hombre llegar por un sendero

apenas marcado.

Toma algunas de sus magras posiciones y sales sin hacer ruido de su habitación.

Camino hacia una de las puertas laterales del convento, la adrenalina fluye.

El abrazo con su amado no puede contenerla.

Pero todo se desmorona para el hombre y la mujer que rompieron sus votos.

La madre superior a y otras sincuermanas aparecen en el patio, acompañadas de varios

mojes y vecinos de una villa cercana.

No hay huida posible, los amantes son atrapados.

Sin perder el tiempo, él es llevado hasta un árbol cercano donde una orca improvisada acaba con su vida.

El destino para ella es aún más cruel,

es en paredada en su propia habitación del convento, destinada a morir de hambre y sed en absoluta solidar.

Los años pasan y el convento Venedictino se incendia. En su lugar, en 1862 se construyó

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