Este es uno de esos mensajes difíciles de articular o de transmitir, especialmente porque

a lo largo de mi peregrinar cristiano y ministerial lo he vivido en decenas de ocasiones

y siempre, siempre, siempre, sin excepciones es muy doloroso. Seguramente alguna vez

conociste alguna persona que estuvo cerca de la grandeza, cerca de la unción rodeado

de un ambiente espiritual rico, pero a la vez con un corazón incorrecto o con motivaciones

equivocadas, que no puede pasar a nosotros en muchos momentos de nuestras vidas, que

de pronto estamos rodeado de unción, rodeado de cosas de Dios y sin embargo empezamos a

ver un declive en nuestra vida personal. Yo siempre que hablo de esto me viene a la memoria

el cuadro de los soldados romanos al pie de la cruz que estaban ahí, los reclutas comunes

contemplando el evento más extraordinario del mundo y sin embargo ellos lo ignoraban,

tan cerca del madero y sin embargo tan lejos de la sangre, ¿no? Nadie como ellos,

como esos soldados del imperio invasor estuvieron tan cerca de la cruz y del mismo hijo de Dios

en sus horas finales, pero para ellos estoy convencido que era una mañana más de viernes,

rutinaria y quien colgaba de la cruz para ellos sin cisto era otro criminal común y lanzaban

suertes, dice las escrituras para quedarse con la poca ropa que le quedaba al carpintero

o al criminal cruzificado, jugaban por el vestido usado, por la túnica, jugaban por las

sandalias jugando dados al pie de la cruz, imagínate, era locura, a mí me asusta el simbolismo

cada vez que recuerdo esta historia porque pienso en nosotros, digo como puede ser que

en ocasiones creo, quiero querer de manera inconsciente, estamos tan cerca de la cruz

pero actuamos como jugadores comunes, nos acercamos al ungido o nos acercamos a la unción

solo para ver que podemos llevarnos, que bendición podemos ganar, que nos toca, o sea reclamar

la herencia de la cruz no significa necesariamente que estemos cerca de quien colgó de ella, ¿no?

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