Cuando cruzaba el colegio secundario yo recuerdo a mi profesor de matemáticas que

un buen día decidió de manera arbitraría y unilateral tomarnos un examen sorpresa. Entonces,

obviamente nos quejamos, pero él se mantuvo en la postura que tenía el derecho de tomar

examen sin tener que avisarnos con anticipación. Ustedes tienen que estudiar siempre, decía, no

solo cuando se aproxima un examen, siempre, todos los días tienen que venir estudiados. Así que

casi sin esperanzas, yo recuerdo que intentamos contestar las preguntas, resolverlos problemas,

las ecuaciones, pero en el fondo sabíamos que todo iba a ser inútil porque no íbamos al

lograr aprobar ese examen que nunca previmos ni siquiera esperábamos, ¿no? Y recuerdo

atravesar la semana más agónica por aquellos días. Y aquella nota seguramente nos iba a

arroinar todo el promedio del semestre, yo recuerdo haber orado más que nunca en mi vida, me

consagré en una semana, porque sabía que esa nota nos podía arroinar todo el semestre,

todo el promedio general. Y sorpresivamente a la semana siguiente el profesor nos dijo, bueno,

quiero decirles que la calificación del examen de la semana pasada no va a ir al promedio,

solo quería saber el nivel de conocimiento académico de la clase.

Excepcionalmente voy a hacer borrón y cuenta nuevo, porque de otro modo los tengo que

reprobar a todos, o a la mayoría, yo estaba obviamente en esa mayoría, el dijo que la nota no iba

a parecer en el boletín de calificaciones, como si nunca hubiese sucedido aquel examen

irrelevante para nuestro promedio final y me estaba dando un nuevo principio, un comienzo fresco,

yo podía comenzar de nuevo como si fuera la primera vez, en una nota de gracia, en lo que

de otro modo hubiese sido un examen que no perdona, una nota que no perdona. Y yo comencé a pensar

desde aquel entonces, si no sería maravilloso ser capaz de tener borrón y cuenta nueva en otras

áreas de la vida. Imaginate que un policía te detiene por exceso de velocidad y vos rompez la

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