¡Evo, que envení por viste, eres salado!

¡Eres salado, uno de otra vez!

Hace unos años, se escuché una maravillosa historia

que conté más de una vez

y que aún me sigue fascinando con los años

y te la voy a regalar en el inicio.

La historia le pertenece a John Orber, un gran autor.

Él dice que había una vez un pueblito muy arriba de los alpes,

levantado ambas, orillas de un hermoso arroyo

y el arroyo brotaba de los manantiales.

El agua era pura, era clara como el cristal,

los niños se reían, jugaban en sus orillas,

los signes y ganzos nadaban en el arroyo

y uno podía ver las piedras, la arena y las truchas nadando

en el fondo del arroyo.

Y muy alto en las montañas, muy lejos de la vista de cualquiera,

vivía un viejo que servía como cuidador de los manantiales.

Y había sido contratado desde hace tanto

que nadie recordaba un tiempo cuando él no hubiera estado allí

y iba de un manantial a otro por las montañas,

sacando las ramas, las hojas caídas o cualquier basura

que pudiera contaminar el agua.

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