Carlas siempre se sintió un bicho raro, incomprendida diferente al resto.

Al principio creyó que era parte del proceso de crecer, de hacerse mayor,

que era culpa de la etapa de Lesenta en la que estaba a sus 15 años.

Pero el tiempo pasó, llegó a la Universidad y nada cambió.

Vivía con mucho estrés y ansiedad, desarrolló terror a hablar en público,

sentía que todo el mundo estaba en

su contra, le costaba mucho seguirle en ritmo a sus amigas, ir a lugares con mucha gente era un

incierno. La única solución que encontró fue evitar todo eso que crecía mal, aislando se

por completo del mundo exterior. Los años pasaron, Carla cumplió 30 y todo si yo igual. Le

seguía costando estar en lugares donde había mucho tránsito, mucho ruido. Seguía completamente

aislada del mundo exterior, a excepción de su grupo de amigas con las que mantenía principalmente

contacto virtual. El día que cumplió 31 años, Carla hizo un clic, quería vivir una vida como cualquier mujer de su edad.

Una día después de eso, en el grupo de sus amigas, surge el plan de Sanira Cumber,

Carla como nunca aceptó. El centro comercial estaba lleno a reventar, ruido de escaleras mecánicas,

niños sobrando, música fuerte, luces, parpadiantes e intensas.

Rápidamente se sintió a bruma, salió corriendo,

huyó.

Sólo se sintió en paz cuando llegó a su casa,

bajo las versionas, y se ha ido por completo del mundo exterior

en silencio y oscuridad.

Pero se sintió mal, no era la primera vez que

le pasaba. En ese momento, supo que tenía que tomar una decisión. Una semana después

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