Alguns días me las vas a pagar.

Quiero que sufra como míso sufrir a mí.

Lo odio con todo mi corazón.

Cuantas veces escuchamos algunas de estas frases.

Cuantas veces las dijimos nosotros mismos.

Probablemente la respuesta sea muchas.

Quizás con otras palabras, quizás no en voz alta.

Pero seguramente las pensamos más de una vez.

Desde muy chicos nos enseñan que

el odio es algo malo, una emoción que no tendríamos que sentir, que nos convierte en malas

personas. Y desde ese momento aprendimos a controlarla, afilitarla, esconderla, la reprimimos. Ahora, ¿qué pensarías si te digo que existen varios cerrores en esas enseñanzas?

Por un lado, la idea de que es posible negar las emociones hasta que desaparejan. Ya aprendimos

en el episodio de los anteriores que las emociones tienen una función adaptativa y que en el lugar de

eliminarlas necesitamos aprender a lidiar de manera sana con ellas.

Por otro lado, creer que tiene experimentas asemociones es una mala persona.

No solamente es el roño, ya que de hecho, como todos, las sentimos, todos seríamos malas personas.

Sino que además, intorpise nuestra posibilidad de conectar con esa emoción,

de codificarla y aprender más sobre nosotros mismos.

Te rompieron el corazón alguna vez,

y cuando eso pasó no te llenaste de bronca,

no deseaste nunca que la otra persona sufratando como estabas sufriendo vos.

Eso no te convierte en una mala persona.

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