Paula tiene 12 años, es una niña tímida de pocas palabras, le cuesta socializar.

Un día después de una clase de educación física, una compañera le saca una foto desnuda,

sin que ella se de cuenta, y manda esa foto a todo el curso por WhatsApp.

Paula llega a la aula al día siguiente y ve una foto de su cuerpo de giro en el teléfono de un compañero.

Y entra en pánico. ¿De dónde salió esa foto? ¿Quién las sacó? ¿Por qué la tienen todos en su curso?

Las personas hablan de la foto por lo bajo, rumorean. Después empiezan a hacer gromas y comentar y salgo salta.

La foto va pasando de teléfono a teléfono.

Paula sufre humiliaciones en redes que la obligan a eliminar

todo rastro de sus perfiles en internet.

El tiempo pasa. El mundo parece haberse olvidado del tema o habrá encontrado una nueva víctima para divertirse. Pero Paula sigue escuchando

esas sumillaciones en su cabeza una y otra vez. Le hacen mucho daño. Tanto que una semana

después decide quitarse la vida. Si ya sé lo que están pensando, el caso de Paula es un

caso muy extremo. Pero los casos extrem existen, y también existen otros que no

terminan en la muerte, pero que sí marcan la vida de una persona a tal punto de tener que

estar enterapia 10 años o más. El impacto que tiene en las redes sociales sobre cada aspecto

de nuestras vidas es más sutil y profundo de lo que creemos. Influyen en nuestra autoestima,

en nuestro modo de mirarnos, de valorarnos,

de sentirlos felices con quienes somos

o de despreciar nuestras vidas.

Desbloqueamos nuestros celulares aproximadamente 150 veces por día,

150.

Una vez cada 6 minutos, mientras estamos despiertos.

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