Imaginé que adoptas un perrito de la calle.

Te lo llevas a tu casa, le das de comerles a casa.

Las pulgas, lo bañás, lo llevas al veterinario para asegurarte de que tenga todas las vacunas.

Lo curás.

Le das un montón de amor.

Podéis imaginar a ese perrito pensando...

No, yo no merezco nada de todo esto. Mis amigos, perros de la calle están pasando hambre y yo acá con todo este

lujo de comida y cariño. Imaginé en el pelo por un momento pensando eso con un toro como dramático

de culpa. No imagina lo autosaboteándose. Imagina que ya no come su comida o le pida al dueño que

compre otra un poquito más barata porque es cara, porque le da como cosa recibirla.

¿Para qué tanto confort? ¿Qué quiso él para merecer todo esto tan maravilloso que le pasa?

¿Por qué otros perritos no tienen acceso a estas mismas cosas?

Bueno, está clarísimo que no podemos imaginarnos al perro diciendo eso,

porque ningún animal jamás procedería de esa forma.

Más allá de que todo esto es un juego está claro y quise llevarlo un poco al absurdo,

este ejemplo busca mostrarte cuena rado, puede verse el no sentirnos merecedores de cosas buenas.

El sentimiento de no merecimiento es uno de los mayores obstáculos para crear una vida extraordinaria.

Si sentís que no mereces algo, probablemente no los recibas,

porque lo estás bloqueando con esa creencia ya de entrada.

El concepto de merecimiento me cambió la vida.

Me digo en serio, en un exajero.

Cuando por fin entendí que es cómo se ve en una persona

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