María no vino directamente a contarme una escena conflictiva que le hizo mucho

daño toda la semana. Después de escenar con sus amigas, Lucía, mi pareja,

dejó todos los platos sucios en la mesa de la cocina y se fue a dormir. Yo ese día fui al

gimnasio tarde porque tenía mucho trabajo y no pudiera antes y sabía que cuando

volvía tenía que seguir trabajando un rato más. Apenas entre a la casa habito de la mesa asusia.

Marillo no te miento, me agarró una ataque de ira.

No entiendo por qué, pero te juro que me ervia la sangre.

Ella dormía, yo no me pude contener.

Fui a nuestra habitación, prendí la luz y la desperté gritándole

que cómo podía ser tan desconciderada de dejar todos los platos sucios, que yo iba a limpiar nada de todo ese desastre,

que más vale que lo lavar a todo inmediato porque no iba a estar en la casa con ese desorden.

Lucía no me habla desde ese día, está inojada. Dice que no puede creer mi reacción tan desmedida.

Le pregunté, ¿a quién te hace acordar eso, variano? ¿Cuándo lo viviste por primera vez? Se quedó un rato en silencio, pensativo, como si estuviera revolvinando hacia atrás

la película de su vida. Me hace acordar a mi mamá.

Ella siempre dejaba los platos sucios y toda la casa desordenada y yo siempre tenía que

limpiar todo. Después de horas volví a borracha del bar de la esquina de casa y yo tenía

que hacerme cargo de ella. Y era así todos los días.

Fuemos entendiendo que los platos sucios

lo llevaban en ese momento de su vida

en cual se sentía desprotegido y solo.

Tenía que tomar un rol adulto

que no le correspondía a un niño de seis años.

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