Todavía me ha dado miedo a contar esto. Les escribos desde un ranchito de Coaguela, a poco menos de dos horas del capital.

A unos kilómetros de la cabeza era municipal y aún así, siempre parecíamos estar lejos de la civilización.

Allí parecían existir cosas que en otros lados eran imposibles.

Eramos un puñado de gente ahí, viviendo en aquel lugar, cuando y mamá decidió que nos viviéramos a saltillo,

y alcanzaramos al resto de la familia que había logrado escapar de aquella ranchería años atrás.

No era fácil, ese pueblo tiene la capacidad de enrealizarte, de hacerte quedarte, poca gente se va.

Cuando se perdió que Naro, el hijo de Duño Carmelita, lo primero que pensamos fue que se había escapado y regresaría por la noche.

Quizás son días después, pero pasaron los días, las semanas, y dejenar o no se supone nada.

Mandaron policías al lugar, y así como llegaron se fueron.

Ellos le dijeron a Duño Carmelita que seguramente el niño se habido con su papá, pero aunque nadie podía decirlo así en si acierta, sabíamos que eso era imposible.

No pudiamos confirmarlo, pero sabíamos que Adon Genaro, el grande, lo habían matado años atrás, y estoy enterrado por allá cerca del arroyo.

Pero luego llegaron otros chamacos que venían regresando de la casería, días después.

Lo único que había encontrado aquella tarde fue una bibrilla, pero ya casi llegando al pueblo, escucharon los gritos de ayuda de genarito.

Venían de una casa, de un quartito de madera lejos de todo, enclavado en un cerrito de donde se veía todo el pueblo.

Currieron a avisar, y en unos minutos ya iban a esa aquella casucha la mamá de genaro, y todos los hombres que se encontró, hasta yo iban el chisme.

Cuando nos acercábamos escuchamos los gritos, nos apresoramos a llegar.

Ahí vivió una vigita que apenas podía caminar, incapaz de poder hacerle algo mal o alguien, pero pensamos que quizás ella también estaba en peligro.

Entramos y revisamos los dos quartitos arriba abajo, los tenía llenos de cosas, sobre todo de muñecos.

Buscamos en cada rincón, pero no hubo señal de genar un idea de la señora. Al salir, altarnos por vencidos, volvió a escuchar los gritos de ayuda, por venientes de ahí dentro.

Se regresaron dos hombres y después de unos minutos salieron con un muñe con brazos, del tamaño de un niño.

Le dijeron a la mamá de genaro que no sabían cómo explicarlo, pero la voz. La voz de su hijo salía de ahí.

En ese momento alguien gritó que levantamos la vista. Allá en la punta del cerro, sobre las piedras, está asentada la vieja, mirándonos.

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