Este mensaje de hoy va dirigido especialmente para aquellos que alguna vez a través de la ventana de nuestro corazón pudimos ver a Dios de una manera

diáfana, de una manera losana, clara, especialmente cuando esa ventana de nuestro corazón

insisto estaba intacta, transparente, un momento nuestra vida, una temporada en que podíamos

ver a Dios de una manera muy vívida, los vidrios de nuestro corazón siempre hablando en términos metafóricos, obviamente, está manulínpios, impolutos y creíamos que ya conocíamos

a Dios. Eso es a temporada donde decíamos, yo sé como Dios trabaja, yo sé como él

habla y sé cuál es su voluntad perfecta para mí. Hay momentos en la vida que nosotros nos ponemos un tanto petulantes

y creemos que ya le conocemos la receta de Dios, ¿no?

O que Dios es un menú y nosotros tenemos la receta,

decimos, yo ya sé cómo Dios habla, yo ya conozco el abog de Dios.

O sea, somos cristianos, pero sin muchas sorpresas, sin nada inesperado, sin sobresaltos,

sabíamos que Dios tiene una voluntad perfecta para nosotros.

Y siempre insisto nos parecía que sabíamos bien cual era,

y nunca nos movíamos de ese centro.

Pero después llegó la temporada en que esa ventana del alma se agritó.

Vino una piedra, la rompió y la hizo anícos.

Estoy hablando de ese inesperado guijarro del dolor que llegó,

a pesar de que hacíamos las cosas bien, de que amábamos a Dios,

que creíamos que nuestra relación con él estaba intacta,

esa piedra pudo haber sido una que nos lanzaron cuando niños,

a que ya vez que papás se fue de casa y nos abandonó, o quizás nuestro corazón infantil absorbió el impacto,

siguió adelante, pero se terminó de romper durante la adolescencia.

Durante la adolescencia, hicimos catar, sí se todo lo que nos había pasado

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