De los actos más sublimes, es la acción del perdón hacia un acto injusto y merecido.

Es ahí, en donde el amor tiene el poder infinito de transformar lo que era malo en

bueno, sin duda. Hay dolores inimaginables que escalan a lo inolvidable, pero el perdón

no es una apnecia temporal. Es la capacidad de ver la flor en el cemento, es tener esperanza

en el llanto desgarrador a este mundo. La hace falta mucho perdón. Esta comprensión

nos permite subir un lugar de paz y gozo en los errores del mundo, en donde podemos

transformar la historia y construir un horizonte mejor para todos aquellos que nos preceden

la retribución. Es un círculo vicioso, pero el perdón es la reconciliación con tu propia

libertad, solo en el perdón in merecido. Encontramos la intangible, pero Salvador

impactante gracia del amor eterno y del amor verdadero. Aprender a pedir perdón y aprender

a concederlo. Es uno de los más grandes aprendizajes de la madurez y sin duda, es el mayor rasgo

de un espíritu grande y bondadoso. Es un acto que se rige por la grandeza de tu espíritu,

no por la portaleza de tu voluntad o la profundidad de tu inteligencia. No puedo negar. Hay personas

que convierten el pedir perdón en un deporte. En una carrera de equivocaciones, lo vuelve

en su pasatiempo favorito. Se supone que debe si quieres aprender de los errores, son

los errores lo que te han llevado a pedir perdón, pero sin la intención y en la acción

de pedir perdón. No va acompañada de un cambio verdadero y radical. Es un juego de abusos

donde las lágrimas y el repintimiento son un acto y pocresía. Pedir perdón y cometer

el mismo error una y otra vez no solo es una falta de respeto, sino un juego practicado

por irresponsables que simplemente no quieren ni desean aprender y muchísimos menos, quieren

crecer. Oye, llorar, llorar no es cambiar, cambiar es cambiar, que no cambia. Es un

deseo. Es un deseo que te ha tomado la medida. La necesidad es una situación miserable

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