A unos días conviví con un matrimonio que tiene cuatro hijos. El padre de estos

niños no dejaba de pabonearse de todo lo que hace por sus hijos y como fruto de

ello pues todos los regalos que ha logrado darles. Miren, yo la verdad en ese

momento no pude aguantarme y dije lo siguiente en esa conversación. Yo de

niño pues recuerdo quién estuvo conmigo, la verdad es que olvidé quién

gastó más en mí. Después me cayé, probablemente no me tocaba opinar. De hecho

mi esposa me dijo que fui muy imprudente porque al final yo no tengo hijos y

mi visión siempre va a estar en completa pero sí he sido hijo y aprendí mucho

de mi madre y también aprendí de la ausencia de mi padre porque su ausencia

me educó y continuó haciendo lo después de tantos años después de su muerte.

Miren queridos, yo desde ese momento no pude dejar de pensar en el arte de

crear más allá de los bienes materiales. Crecemos y probablemente tú y yo

olvidamos los juguetes que nos dieron pero no olvidamos el tiempo que nos dieron,

el amor que nos dieron y no quiero romanticar nada pero sin duda considero que

es mejor que los padres hagan cosas con sus hijos, acá hagan mucho por sus hijos.

No solamente se trata de estar pues físicamente presentes y no estar

completamente inmersos, comprometidos en sus actividades y por más romántico que

suene lo material se desvanece en el tiempo pero los momentos compartidos el

afecto genuino perdura para siempre porque en la memoria del alma nada se borra.

Desde los primeros destellos de la conciencia, un niño no mide el amor por

la opulencia o por la magnificencia de los juguetes porque su mundo más allá de

las hombros se construye en las onrisas, en los abrazos cálidos, en las

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