¡Oh, oh, oh!

Y envenido al rique, eres sanado

¡Eres sanado, uno o otra vez!

Antes de la uja de la tecnología, antes de que la sociedad fuera un ente líquido

y la vida estuviera enmarcada en el tamaño que tienen las pantallas,

los niños salíamos a las calles. Nos ensuciábamos y se hacían heridas de guerra

durante las tardes y infinitas de juegos.

En estos tiempos de internet y celulares es difícil imaginarse como jugábamos

los niños hace 40 años atrás.

No necesitábamos más que las calles, un descampado y así pasábamos las tardes

con los amigos del barrio. Pero los días de lluvia torrenciales

de esos que hasta se cortaba la luz por horas eran ideales para contar historias

y recuerdo algunas tardes de lluvia en casa de mi abuela que lo he contado

en varias ocasiones. Florencio Varela era una ciudad de Buenos Aires,

lo es, pero en ese entonces era una ciudad en medio de la nada,

allá lejos y hace tiempo, durante el año 1974, la casa de mi abuela

Anaqueler era como si alguien habría apretado el botón de pausa

y se había olvidado de soltarlo, estaba detenida en el tiempo.

Los abuelos vivían en una casa largada, tipo casa chorizo,

con un gran patio lateral que unía todas las habitaciones.

Un par de perros negro sin raza, raza perro y algunos canarios,

en una jaula errumbrada completaban el cuadro de primente.

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