En la antigua adresia tenían un ritual obligatorio.

Todos los años se hacía una votación.

Cada ciudadano de la Polis escribía en un pedazo de cerámica

el nombre de la persona que creía que era un peligro para la comunidad.

El nombre que más veces aparecía era condenado al ostracismo.

La pena más cruende esa época,

que consistían de esterrar a la persona de su lugar de origen, negarle

todo contacto con su gente, con su lugar.

Muchas personas frente a este panorama preferían quitarse la vida antes que tener que vivir

en el exilio, vivir lejos de su comunidad era como desaparecer, dejar de existir.

Volvamos a hoy.

A más de 2000 años de ese momento en la antigua agresia, la necesidad de pertenecer

y el temor a quedar fuera de la tribu siguen siendo parte de nuestro ADN.

Aunque ya no significa la muerte, les seguimos teniendo mucho miedo.

Pero en algunas personas esta sensación se hace carne de una manera mucho más intensa.

Se transforma en una pesadilla.

La necesidad de aprobación es tan grande que se vive como un juicio público.

Se siente como si el corazón se saliera del pecho.

Y cada palabra que se dice,

fuera analizada por 20 cámaras con personas detrás,

criticando cada mínimo detalle.

Parágicamente esto les lleva a evitar encuentros con otras personas

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