Tengo 15 años. Estoy en el auto con mi familia viajando a la casa de mis abuelos.

De repente se me cierra el pecho, no puedo respirar.

Taki Kardia. Mi cuerpo se transforma en una cárcel.

Pasado presentes y futuros pasan por mis pensamientos a modo de película a

espeluznante. Todo lo que me rodea se disuelve. Veo borroso. Pierdo toda

referencia del espacio en el que estoy. No existe nada más que el miedo abrumador del panico.

Me arrolla una sensación pulsante. Pienso que voy a tener un infarto. Pienso que estoy teniendo una

cd. Algo no está bien, algo no está bien, algo no está bien.

Las manos me sudan, intento tomar respiraciones profundas pero no puedo me hace fixo.

Mi papá se da cuenta de la situación y frena el auto. Mi hermana me mira pero no sabe qué hacer.

Mi mamá se me acerca, empieza a acariciarme el pelo y como si conociera el secreto para tranquilizarme, me ayuda a calmar mi respiración.

Me agarras fuerte las manos, me pide que la mira a los ojos, me dice tranquila, marina todo está bien Lo repetimos una y otra vez.

Respiremos profundo unos minutos que me parecen años. Finalmente me calmo.

Mi respiración va volviendo a ser más lenta y parece haberse llevado el miedo a

morir tan intenso de unos minutos atrás.

Ese día experimenté en carne propia como se siento en ataque de pánico.

No lo sabía en ese momento, pero esa escena y muchas que vinieron después

me iban a permitir entender en profundidad a muchos de mis consultantes una de cada después. No te das una idea de la cantidad de personas que sufren ataques de pánico.

Las cifras son espeluznantes.

Nos acostumbramos a pensar que es normal vivir en estado de alerta y de pánico, pero

no debería ser así.

Los ataques de pánico se van, se regulan, lo viví yo y lo vi miles de veces con mis

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