Hace un tiempo vivir unos meses en Buenos Aires.

Es una capital hermosa, tiene un montón de cosas para ver y hacer.

Pero hay algo en particular que a mí me maravilla desde que la conozco,

sus librerías.

Hay algunas que son enormes con miles de cuartitos en los que es un montón de libros,

viejos, nuevos, baratos, caros de todo tipo.

Un día estaba pasando por una y me puse a ojear libros desconocidos.

Me llamaba atención una tapa de uno, la abrí y la empecé a leer. Desde la primera página

me atrapó. Te pasó alguna vez de quedarte como tilde, leyendo un rato largo, sin

arte cuenta que pasa el tiempo. Bueno, así fue. El libro era de una autora argentina, llamada Inés Barrera, y ella contaba en las primeras páginas del libro algo que quiero compartirte ahora.

Ya claro, de antemano que no es una cita textual,

sino es el recuerdo de lo que quedo impregnado en mi escedia

y que reconstruí a ver a para contártelo.

Ella decía algo así.

El día que cumplí nueve años me quedé despierta casi toda la noche. Me desperté muy temprano y se licorriendo al espejo para mirarme.

Quería ver cuánto había cambiado yo entre los ocho y los nueve años.

Pero para mi sorpresa no había cambiado nada, estaba igual.

Entonces, me miré a cada rato de ese día para ver cuándo efectivamente

si iba a producir el cambio y nada. Entonces, pensé que el cambio había pasado durante el noche, por eso es que yo no había logrado

verlo.

Entonces desperé un año más, y a mi cumpleaños de 10 dije, a casi voy a ver mi cambio

y voy a ver como cresco.

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