Vengo a terapia porque me siento ocultable. Toda mi vida sentí que soy una mala hija.

Mi mamá tiene 74 años y me sigue exigiendo lo mismo que hace 20.

Soy una mala hija porque a veces quiero quedarme los domingos con mis hijos y mi pareja,

en vez de ir a su casa a verla.

Soy una mala hija porque a veces cuando ya me llaman,

no tengo muchas ganas de atenderla. Mira, Marina, si fuera por ella, yo debería ir a su casa todos los días a verla.

O llamarla, al menos una vez al día, incluso aunque haya ido a su casa.

Nunca es suficiente, siempre me pide más.

No importa que yo me guarde todos los miercos les para hacer planes con ella.

El otro día era invitar morzar y pasé todo el día, con el ya y cuando me estaba lleno, me preguntó si quería subir un ratito a su casa.

Pero yo la verdad me quería ver a mis hijos, no lo sabía visto en todo el día.

Entonces, cuando le dije que mejor no, que quería ver como estaban los chicos,

me miró con una cara y me dice, ya sabía que me iba a saber decir que no, más de lo mismo. ¿Entendés que así terminó nuestro día completo de almuerzo?

No podía agradecer por las horas y la comida que compartimos y listo.

Me agota y a la vez me siento mal.

Me dan ganas de salir corriendo para el lado contrario.

¿Está muy mal sentirse así?

Este es un caso de voracidad emocional.

El mecanismo interno de la voracidad no fue estudiado por muchos

teóricos y para mí en lo personal es una emoción súper importante. Está en la base de muchos

trastornos, por ejemplo en los trastornos de la conducta alimentaria, o en las adicciones,

tanto de sustancias como en las adicciones a comportamientos, como es la dependencia emocional. Quiero empezar contándote un secreto. A la voracidad no se la cura intentando dominarla.

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