Migrar tiene su lado hermoso, pero también su lado terrible.

Hace algunos años una mujer acudió terapia porque estaba sufriendo las consecuencias de haber dejado su país

y todavía llevo su relato muy guardado dentro de mí. Con su permiso, se los cuento.

Llevo ya tres años viviendo en Inglaterra, y para qué?

Todavía no tengo papeles, tengo un trabajo mediocre en el que me pagan muy poco.

Te juro que intento poner todo de mi marina, pero no puedo.

Yo vine con la idea de ejercer mi profesión acá algún día,

pero te pone mil travas para hacer los papeles.

Te digo, ¿y la verdad?

Estoy agotada.

Muchas veces a la noche me pregunto por qué no podría ser como ellos.

¿Qué estoy haciendo acá, porque no puedo tener lo que tiene los ingleses de manera tan fácil.

Acceder a un buen trabajo a la posibilidad de dejar de ser mi profesión.

Cuando yo llegué acá venía con la idea de que tu iba a ser para mejor.

Pues es que recordía las calles y visitaba en los lugares turísticos con una ilusión, sacaba fotos.

Y ahora me di cuenta de que la vida es diferente aca no era como yo creía. Tarde unos seis meses más o menos,

en dejar de idealizar todo lo que estaba en esta ciudad.

Y al final cabo me di cuenta de que tu profesión no vale para nada,

yo no vale por nada.

La mujer termina de pronunciar esas palabras y se desarma en el llanto.

Viste ese llanto ahogado en el que te quedas sin aire? Bueno así.

Abandonar el país de origen y migrar a otro país conlleva una infinidad de pérdidas. Es un duelo

...