¡Vamos!

Estamos listos, gente, ¿sí o no?

Había una vez un rey

que amaba a una humilde doncella

y ella no tenía a estar perreal, ¿no?

No tenía educación, no tenía posición en la corte,

se vestía con arapos, vivía en una chosa,

y se llevaba la vida moderada y austera

de una pobre campesina, una campesina regular.

Pero por razones que nadie, o nunca nadie, pudo explicar que no resistía

análisis, ni sentido como el rey se enamoró perdidamente de aquella gobe. Fue entonces que

el corazón del rey surgió un pensamiento que le causaba inquietud, que no le permitía conciliar el sueño por las noches,

era cómo le iba a revelar su amor incondicional a la joven campesina.

Era un rey.

¿Cómo podría reducir las brechas que había de rango, social, económico que lo separaban?

Por supuesto, sus consejeros le decían que simplemente le ordenen que fuera su reina. ¿Qué se va a estar superagradecida?

Si él enviará un consejero a decirle el rey quiere desposarte y hacerte su reina.

Él era un hombre de inmenso poder, dice la historia.

Todos poderes trajeros, temblaba delante de él y todo cortesano

se arrastraba por el piso tan solo de escuchar la voz del monarca.

Al final, el cabo era quien gobernaba el trono de hierro

y si le ordenaba que fuera su reina ella no iba a poder negarse.

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