Una vez te conté que cuando tenía tres años de edad, adopte un pequeño ozo de felpa,

tres años tenía, antes que alguien diga no puede ser, tres años.

Adopte un pequeño ozo de felpa al que le puse el original nombre ozo.

Y la última vez que lo vi, había perdido gran cantidad de pelo, le faltaba un ojo,

el relleno se le estaba saliendo, era mi peluche tuerto favorito, porque cuando arribuaba

mi casa, fue en una navidad, más o menos para estas fechas, obviamente, fue en una navidad

calurosa, porque hace mucho calor en Argentina para diciembre, calurosa de 1971 y el ozo estaba

nuevo, obviamente. Me lo trajo en adopción, mi padrino y tío, tito estocle, el hermano

de mi mamá envuelto en un papel de regalo y lo nuestro con el ozo fue amor a primera

vista, apenas nos vimos, no sé si por mi soledad, por la enfermedad de mi mamá, pero sentí

que seríamos inseparables. Y si me acostaba ozo, lo hacía conmigo. Si almorzaba oso comía

al lado mío en la mesa, si me bañaba, me tocaba baño los miércoles, era el baño polaco,

pata mano y sovaco, oso también se bañaba, ¿no? Y con el corredo de los años, el peluche

dejó de lucir bien, obviamente, de modo que no subía podido ni siquiera regalar a un indigente.

Pero por razones que son típicas de los niños, yo a una amaba ese viejo ozo de trapo. Lo amaba

aunque era un arapo y un ozo desbensijado, teníamos una relación muy ligada, muy íntima, muy

cercana. Otros peluches, otros muñecos vinieron y como vinieron se fueron, pero eso era parte de la

familia Guebel. Si decías que me amabas, tenías que amar a mi muñeco viejo y vamos juntos a todo

sitio. Una vez regresábamos de vacaciones, de una ciudad balneárea de Buenos Aires llamada

Nicochéa, mis tíos tenían una casa allí, cerca de la plancha. Y cuando ya habíamos hecho casi

una hora de regreso a casa, nos dimos cuenta que oso se había quedado en la casa de la plaza y

se iba a quedar ahí hasta el siguiente verano. Y se tal escena, tal escena, no me acuerdo que

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